Amarres - Hechizos - Trabas
Recupera a tu hombre
Decía el cartel en la puerta , un pasillo gris de unos treinta
metros separaba la calle de la casa que me esperaba. Cruzarlo o quedarme ahí
era mi decisión y no era fácil. De eso dependían las demás decisiones a tomar.
Soy partidaria de
que la vida es una sucesión de causa- efecto y que nada ajeno va a
cambiar el rumbo de las cosas. Siempre supe elegir, hablé y me atuve a las
consecuencias. Pero últimamente voy trastabillando y he llegado a un punto
de desesperación tan grande que me encuentro en la puerta de este lugar, a
punto de hacer algo tan alejado a mi pero a la vez, hoy, tan cercano:
amarres y hechizos.
Nunca creí que
iba a llorar tanto por un hombre, que una separación me iba a quitar el hambre,
el sueño, la posibilidad de trabajar, de atender y hasta de pensar. Que mi
mundo iba a girar en el hecho de estar sola, sin él, de no tenerlo y no poder
aceptar que no me quiera. Siempre creí que el amor es compartido pero hoy no me
importa, no soy nada si no estoy con él.
Entré y el aroma a incienso se sentía cada vez más intenso. Al
llegar al fondo, me encontré con un pequeño patio con flores e imágenes de
santos y una puerta con un cartel que indicaba:Golpeé y espere a ser atendido.
Toqué la puerta
con firmeza y me senté en una silla de mimbre, un perro mediano de color té con
leche merodeaba y olía mis zapatillas.
- Toto, no
molestes a la señora- dijo una voz que salía del cuarto. Cuando la puerta se
abrió salió un hombre morocho, de rulos y una sonrisa bien blanca. – Buenas
tardes, soy Roberto Hugo, en que puedo ayudarla.
Le mostré la
tarjeta que llevaba en mi mano.
- ¿Estás segura?-
preguntó.
- Totalmente.
Hizo ademán con
la mano para que entrara y algo nervioso comenzó a revisar sus libros, yo
sentada en otra sillita de mimbre observaba ese lugar que podría ser sacado de
cualquier película de clarividentes. Luego de ojear encontró lo que estaba
buscando. Tomó un trozo de papel y copió con un lápiz lo que supuse sería el
conjuro.
- Debes saber que hay hechizos que no tienen vuelta atrás, que
una vez que los haces nada va a cambiar. Hay efectos muy importantes, puedes
quedarte sin trabajo, sin amigos, sin familia. Las personas pueden apartarse de
ti, puede que ese hombre que amas sufra una dependencia absoluta aunque no te
ame, puede enfermarse, pero siempre va
a estar contigo.
- Nada es peor
que estar sin él- respondí.
- Hay cosas mucho
peores. Las consecuencias pueden ser funestas. ¿Eres consciente que
vas a utilizar magia negra?
- Si.
- ¿Y vale la
pena?
- La vale.
- Hay otras
opciones, hacer un hechizo de magia blanca, tener fe y él puede llegar a
volver contigo.
- No. No, eso no
es lo que quiero. Quiero que vuelva a mi y que nada, nunca más, lo quite de mi
lado. No quiero volver a sufrir. ¿Qué consecuencias pueden ser peores de las
que vivo ahora?
- Eres consciente
que vas a ser capaz de manipular directamente la libertad o la capacidad
de elección de ese hombre que decís amar.
- Que amo-
afirmé.
- ¿Qué amas?
Recordá esto entonces: toma tierra de su huella, humedécela con tus
lágrimas y con agua de afrodita, sobre ella colocá una vela negra,
enciéndela y has que él lea estas palabras. Cuando las lea, apaga la vela
y será tuyo para siempre.
Me entregó el
papel que antes había escrito, pagué la cantidad indicada en la misma
hoja y salí apurada. Fui a unas de esas santerías que hay por la calle Panamá y
compre la vela y la esencia. Luego me puse a pensar como conseguir tierra de su
pisada. Recordé que en casa tenía una bolsita que había comprado para mis
macetas. Fui apurada a buscarla y me acerqué hasta su casa, coloqué una capa
fina casi imperceptible en la entrada y de lejos esperé que llegué,
entre y no se de cuenta de ella. Y así fue, llegó como siempre, a la misma hora
abrió la puerta y nunca se dio cuenta de lo que acababa de pisar.
Luego de un rato
y cuando las luces se fueron apagando junté esa tierra en el más absoluto
silencio y me fui a mi casa.
Ya tenía todo: la
vela, el agua de afrodita, los restos de su huella y solo faltaban mis
lágrimas. Comencé entonces a recordar estos últimos meses, nuestra separación,
la ausencia y lloré como venía haciéndolo todos los días. Mis lágrimas cayeron
entonces y lograron que juntara todo lo necesario para mi hechizo.
Era el momento
indicado.
Me senté en la mesa coloqué la tierra humedecida con mis
lágrimas en un plato, sobre ella el agua de afrodita, la vela negra y la
encendí. Luego acerqué la computadora, abrí el msn y vi que él estaba conectado.
Después de meses sin tener noticias, evitando hablarle y ser rechazada, puse mi
estado como conectado y le hable:
Apagué la vela.
Ya sos mio hasta la muerte.